1. ¿Es normal escandalizarse por los casos de corrupción del PSOE? La duda ofende: quien normaliza esas prácticas o las disculpa en función de cálculos electorales pierde toda credibilidad en sus propuestas. Supongo que hasta aquí estamos de acuerdo. Vale que son solo dos oraciones y una de ellas interrogativa, pero los consensos los pintan calvos: celebremos este, por mísero que sea.
2. ¿Es sorprendente que se den en el PSOE esos casos de corrupción? No hay un estándar universal que mida la capacidad de sorpresa del ser humano. En mi caso la sorpresa es poca. No por ningún tipo de prejuicio hacia el PSOE (que podría ser), sino porque tiendo a pensar que, en condiciones análogas de temperatura y presión, cualquier grupo social reproduce a su propia escala las frecuencias de las pautas de comportamiento de la sociedad en que se inscribe. Hay variables que matizan, mitigan o acentúan: cuanto más pequeño ese grupo, más probabilidad de que se distancie de las tendencias dominantes, y algo parecido ocurre en función de su composición de clase, edad, género... Pero no cabe sorprenderse de que un partido-empresa con una historia tan dilatada a sus espaldas, y buena parte de ella ligada a tareas de gobierno, reproduzca en su seno las mismas iniquidades que estamos acostumbrados a detectar en cualquier otro rincón de la sociedad y no digamos ya de la administración o el empresariado: de la prevaricación a los comportamientos sexistas, la lista de vicios (en el sentido aristotélico del término) es más larga que la de las virtudes.
3. ¿Tiene alguna relevancia que haya menos o más casos de corrupción en el PSOE que en el PP? Alguna tiene, pero el único argumento político que cabría esgrimir a partir de ese dato sería el clásico tu quoque. Un argumento falaz, lo emita quien lo emita. Puesto que la semejanza entre unos casos y otros no es cuantitativa sino cualitativa, las diferencias relevantes tienen que ser igualmente cualitativas, no de número. Abandonemos aquí el callejón sin salida del "y tú más".
4. Entre un partido y otro puede haber diferencias cualitativas debidas a su composición humana, a la altura moral de las personas que lo conforman, o lo que viene a ser lo mismo pero dicho de manera más tramposa: a su pureza. De manera más tramposa porque lo contrario de la pureza no es la corrupción sino la mezcla. Salvo que consideremos que una sustancia se vuelve impura porque se mezclan en ella elementos de procedencia extraña que la contaminan. Por regla general, en el tratamiento mediático de los casos de corrupción del PSOE se usa y abusa de esa figura en un indisimulado ejercicio de clasismo, pintando a Ábalos y compañía como unos gañanes, gente poco educada, de baja extracción social y por tanto esclava de sus instintos. El cliché es de larga tradición, ya se estilaba en la democracia ateniense. Invita a considerar que no hay individuos puros frente a individuos corruptos, sino organizaciones o gobiernos puros porque no contienen trazas de gente innoble frente a organizaciones o gobiernos corruptos porque admiten en su seno a gente de mal vivir. Dicho de otro modo: que a la chusma hay que mantenerla al margen. Por aquí no vamos bien.
5. Clasismos aparte, una organización o un gobierno pueden corromperse por haber dado cobijo a individuos con tendencia a delinquir, sea cual sea su extracción social. Lo de la corrupción se explica así como un problema de control de accesos: no se ha sabido filtrar a los indeseables. Es o debería ser preferible un partido con filtros a prueba de bomba y se ha demostrado que el PSOE no es de esos partidos. Sentimos la tentación de preguntar qué partido lo es, pero apliquemos lo que se ha dicho en el punto 3.
6. Por más que la mayoría de nosotros (lo de la mayoría es un deseo sin apoyo empírico) prefiramos un partido compuesto exclusivamente por gente virtuosa, lo cierto es (véase el punto 2) que un partido con responsabilidades de gobierno y una más que generosa implantación social está en riesgo permanente de que aparezcan en su seno individuos que se aprovechen de la organización (y de sus lazos con la administración) en beneficio propio. A partir de aquí se plantean dos cuestiones: a) qué debe hacer ese partido cuando se detectan o salen a la luz esos comportamientos, y b) qué deben hacer sus votantes, sus simpatizantes, sus socios de gobierno y sus aliados parlamentarios con respecto a ese partido. Para la primera cuestión solo hay una respuesta digna: limpiar. Cesar a los responsables. Expulsarlos. Exigir que comparezcan ante la justicia y colaborar con esta. Dicho de otro modo: hacer justo lo contrario de lo que viene haciendo el PP. Si esto es lo que ha hecho el PSOE, nos queda solo la segunda cuestión por responder. Pero no es fácil.
7. No es fácil porque cada partido tiene su propia agenda y en función de ella modula su discurso, lo amplifica, quiere sacar rédito electoral. En un momento tan delicado como este, con una presunta (hasta que no haya elecciones ni siquiera es presunta, pero en fin) mayoría reaccionaria como única alternativa al gobierno de Pedro Sánchez, anteponer esa agenda es un suicidio para cualquier partido mínimamente progresista. Sobre todo cuando la situación huele, suena y sabe a desestabilización orquestada y en la que no faltan elementos para sospechar de injerencias extranjeras. El socio débil del gobierno (lo mismo que su antagonista natural del Grupo Mixto) tiene todas las de perder si la operación de defenestración de Pedro Sánchez acaba triunfando. Sus aliados parlamentarios tienen todavía mucho más que temer del éxito electoral del bloque reaccionario. Ojo a los errores de cálculo: el objetivo del bloque reaccionario no es un adelanto electoral que les obligue a pactar con Junts y PNV, sino un cataclismo que facilite una mayoría absoluta por incomparecencia del adversario, como la de Mariano Rajoy en 2011.
8. Entonces ¿hay que resignarse a los Cerdanes y los Ábalos porque la alternativa es un gobierno de PP-VOX? Nadie ha dicho eso. Se le debe exigir al PSOE no tanto más contundencia frente a la corrupción (que es como decir que hay que hacer declaraciones de principios más grandilocuentes) como una acción de gobierno que justifique un mínimo de confianza en que al menos no nos entregará a los bárbaros. Con todo, hay algo sumamente insatisfactorio en este planteamiento, y no me refiero a lo que dice el punto 9, sino a lo que dice el punto 10.
9. Personalmente no aspiro a que el partido que represente mejor mis intereses o mi ideología esté compuesto únicamente por almas puras y virtuosas, seres de luz sin tacha alguna, que jamás caerán en la tentación de aprovecharse de lo público en beneficio propio. Me gustaría que fuera así, pero también me gustaría que la transformación política a la que aspiro se realizara, siquiera parcialmente, dentro de los límites temporales de una edad geológica. Y además es costumbre que los proyectos de regeneración social basados en la moralización absoluta de la política recurran al expediente categórico de la eliminación física del adversario. Por aquí tampoco vamos bien.
10. Exigir al gobierno de Pedro Sánchez que se mantenga firme y resista a la presión de la maquinaria mediática y empresarial que se ha levantado en su contra nos exige algo también a nosotros, los que solemos considerarnos a la izquierda del PSOE por razones que ahora no vienen al caso. Nos exige creérnoslo. Dejar caer el gobierno es la solución más sencilla para una izquierda que se sabe derrotada. Para obligarlo a actuar como exige el guion (empezando por el guion del bloque reaccionario, que curiosamente ve en Sánchez lo que a la izquierda le gustaría que fuera), hace falta rearmarse. Sacudirse ese desánimo tan de clase media que destilan últimamente nuestros referentes políticos y mediáticos. Y empezar a sacar pecho, que ya toca.
Estupendo análisis. Yo soy de los desanimados, quisiera ver señales de vida, pero el océano mediático en el que navegamos las cartas parecen marcadas.