¿Es tragedia? ¿Es comedia?
Algunas actitudes frente a los neofascismos y por qué no adoptarlas
¿Es fascismo? ¿Es otra cosa? ¿Estiran el brazo porque son nazis o porque saludan lejos? ¿Corren peligro las democracias liberales? ¿Es culpa de la izquierda que la extrema derecha esté arrasando en según qué sitios, o la culpa es de Hollywood y su agenda woke? ¿Estamos repitiendo los errores que nos condujeron a la Segunda Guerra Mundial? Y, si así fuera, ¿quién ganaría esta vez?
Lo que sigue no es un intento, ni siquiera un amago, de responder a ninguna de esas preguntas. Lo que sigue es un recuento de argumentos y actitudes que distorsionan necesariamente cualquier discusión donde se aborden esas cuestiones y otras parecidas. Las he agrupado en dos bloques, uno de ellos compuesto por tesis absolutamente dañinas para la preservación y el fortalecimiento del pensamiento democrático, el otro formado por posturas que, sin ser en sí mismas moral o intelectualmente despreciables, requieren que se las maneje con toda la precaución del mundo, so pena de volvernos inoperantes: no más política zombi.
Veamos.
1. Vías muertas
1.1. La tesis de los extremos. Que expone sin matiz alguno que todos los radicalismos (póngase en guardia si oye esta expresión o cualquier otra de su familia léxica) son igualmente reprobables, sean de derecha o de izquierda, y que el fascismo es condenable por radical, no por fascista, porque igual de reprobable, o incluso más, es el comunismo. Donde dice "radicalismo" puede poner "totalitarismo", esa baratija conceptual que tanto éxito tuvo en los años sesenta del siglo pasado, cuando de alguna manera había que segarle la hierba bajo los pies a la socialdemocracia europea (véase el análisis de Enzo Traverso sobre el tema). El aserto cursa con gesto displicente, engolamiento de voz de ese que se estila para explicar cosas aparentemente complejas a niños muy pequeños, y caída de hombros modo "ya empezamos", como si el único problema que planteara la ultraderecha fuera servir de subterfugio a la extrema izquierda para imponer su agenda o dominar la conversación. Hay poco margen aquí para la persuasión: quienes se aferran a este argumento suelen predicar desde una combinación bastante insolente de cinismo e ignorancia.
1.2. La tesis del indiferentismo de izquierdas. Que reproduce el esquema lógico de la tesis anterior pero sustituyendo "radicalismo" (o "totalitarismo") por "capitalismo", de donde: a) el fascismo no es reprobable por ser enemigo de la democracia sino por ser una ideología funcional al capitalismo, y b) hay otras ideologías funcionales al capitalismo y todas son igual de condenables que el fascismo. El lenguaje corporal que acompaña a este argumento exuda tanta displicencia como el anterior, solo que aquí no se desprecia al interlocutor por marioneta del comunismo sino por colaborador necesario del capitalismo: tensión postural máxima, sonrisilla jesuítica, aspavientos jruschovianos. Por regla general se considera que el capitalismo mata en todas sus formas y que el fascismo es solo la cara histriónica del sistema, así que no hay razón para alterar el proceso revolucionario en curso, ya que: a) o derrocamos al capitalismo y conjuramos con ello la amenaza fascista, o b) no derrocamos nada y nos vamos a morir igual. Viene aderezado con mucha geopolítica de garrafón. Como en el caso anterior, abandonemos cualquier esperanza de debate constructivo.
1.3. La tesis del aceleracionismo. Que es la versión aproximadamente maoísta del indiferentismo de izquierdas y se fundamenta en la creencia inquebrantable de que cuanto mayor el caos, tanto mejor para la causa anticapitalista. No muestra demasiado temor ni respeto a una hipotética amenaza fascista, por más que considere que el antifascismo es un ingrediente ético y hasta estético de su lugar en el mundo. Por el contrario, interpreta todos esos saludos romanos como un signo del fin de los tiempos, o lo que viene a ser lo mismo, del fin del capitalismo, con toda su pompa y su artificio, democracia parlamentaria incluida. La confusión doctrinal suele ser aquí la norma: ya no es solo la geopolítica, que también, sino una extraña mezcolanza de obrerismo old style con pensamiento mágico presuntamente anticolonial. Se aviene con rituales político-chamanísticos y tiende a abusar del vocabulario deleuziano. Desde esta perspectiva el fascismo es algo que ocurre en la cabeza, o en la libido, y se cura con memes y batucadas. Déjese reposar antes de gastar tiempo y saliva. Tengamos en cuenta que los aceleracionistas de hace unos años, con todo su anticapitalismo y toda su faramalla cyberpunk, han acabado sirviendo en las filas de la ultrareacción.
1.4. La tesis del negacionismo. Que consiste en descomponer cualquier discurso sobre el ascenso de los neofascismos en posiciones caricaturescas, blanco fácil de la burla y el escarnio, para negar entidad al problema. Recurre a menudo a despreciar las comparaciones con los fascismos del siglo XX desde la tranquilidad de espíritu del supremacismo histórico, asumiendo que los errores del pasado no se repiten, que de hecho ningún pasado se repite (lo que por otra parte no deja de ser verdad hasta cierto punto) y que la vigilancia permanente de las élites intelectuales impedirá que las cosas se salgan de madre, no como hace cien años, que se ve que los intelectuales andaban a uvas. Se usa con la explícita intención de desnudar las supuestas contradicciones de la izquierda sin por eso hacer causa común con la derecha, lo que en principio no tendría por qué hacer daño a nadie, de no ser porque en la práctica es justo eso lo que hace, a saber, facilitar el descrédito de cualquier modalidad de antifascismo que no sea ramplonamente cínica. A diferencia de las tres actitudes anteriores, esta no escurre el bulto frente a las objeciones que se le plantean, pero sin quererlo te arrastra a compartir su defecto de fábrica: la falta de sentido de la oportunidad.
2. Maniobras arriesgadas
2.1. La tesis de la hipercomplejidad. Que viene a decir que lo que está pasando no es algo tan sencillo como que se haya roto el consenso antifascista de posguerra, sino que este era una máscara que ocultaba un avispero de disfunciones múltiples sobre las cuales se podría y se debería haber actuado hace tiempo. Es una tesis acertada pero inapropiada. Acertada porque no hay fenómeno político ni cultural que sea sencillo y obedezca a una sola causa, inapropiada porque no aplica aquí la contundencia que se viene exigiendo frente a las demás lacras sociales. Al contrario que los negacionistas, los hipercomplejistas descomponen el fenómeno neofascista en tantas variantes y corrientes que se desdibuja el conjunto, haciendo muy difícil que el diagnóstico derive en algún tipo de alternativa política ejecutable. Coherentes con la convicción de que "dato mata relato", creen que basta con explicar el problema para disolverlo. Son absolutamente imprescindibles, pero les falta flow.
2.2. La tesis del activismo. Que está aquí para recordarnos que al fascismo se le ha plantado cara durante décadas, así que todo esto no nos coge desprevenidos ni privados de experiencia en el combate cuerpo a cuerpo. Contraparte de la anterior, su lema es que "el fascismo se combate en las calles". Es una opción digna, épica, vistosa, y fue muy eficaz mientras el adversario era una simple patulea de cabezas rapadas con más probabilidades de acabar en prisión que en el Despacho Oval. Esta actitud tiene un problema mucho mayor que el de que ahora el adversario maneje los presupuestos generales de unos cuantos Estados tochos: que las calles han cambiado de dueño, ahora son de los turistas, y es más difícil que nunca encender la mecha de una protesta masiva en formato físico. Hagamos una pausa para sugerir que, allí donde los gobiernos y los parlamentos no hayan sido maniatados por completo por la reacción, sería hora de revisar la legislación restrictiva con los movimientos de protesta. Por precaución, si no ya por imperativo democrático. Cerremos el paréntesis recordando que, si aún es posible movilizar gente para parar un desahucio, también lo será para frenar a los escuadristas de la patronal inmobiliaria. Pero no será suficiente.
2.3. La tesis del populismo. Que considera que el auge de la extrema derecha es consecuencia, en buena medida, del cabreo y la desesperación de mucha gente que se siente estafada por más de un motivo y culpa de su situación a los políticos, al sistema, a las élites y en general a la democracia, de modo que, si acompañamos a esas masas dolientes en lugar de recriminarles las malas compañías, le cerraremos el grifo al fascismo. A mí de entrada esta tesis me hace fruncir el ceño, porque a ver desde cuándo el cabreo y la desesperación son excusa para cebarse con los más débiles o apuntarse a las causas más estúpidas, pero puedo reconocerle cierta solvencia en la medida que nos reclama escuchar más a los que peor lo están pasando. Lo que ocurre es que no basta con disputarle a la extrema derecha la indignación colectiva sea cual sea la causa, pues con frecuencia la causa no tiene más lectura que la que le imprime la agenda reaccionaria. Dicho de otro modo, puede parecer muy solidario acudir a una concentración vecinal contra un parque de baterías, pero que a nadie le sorprenda acabar compartiendo pancarta con el concejal de Vox.
2.4. La tesis del antifascismo zen. Que abunda en la necesidad de que los movimientos democráticos y los gobiernos progresistas, o viceversa, no se desvíen de la ruta trazada, por más revuelta que venga el agua bajo los puentes. Nos insta a no hiperventilar cada vez que Trump firma una orden ejecutiva y a confiar en que la mayoría de nuestros vecinos pasaría un psicotécnico sin demasiada dificultad. La dejo para el final porque es la actitud más serena de cuantas asoman por el horizonte y la que menos depende de marcos cognitivos en descomposición, pero le pongo al menos un pero: con frecuencia es incapaz de distinguir la agenda propia de la urgencia sistémica, o dicho de otro modo, tiende a ignorar que, por eficaz que pueda ser un procedimiento y por sólido que parezca un sistema, hay golpes capaces de acabar con todo en menos que canta el BOE. Igual que no se puede curar un cáncer haciendo ejercicio y comiendo sano, tampoco se puede responder a una amenaza de estas proporciones aplicando remedios caseros.


